miércoles, septiembre 15, 2010

Tierra Herida- (200 años)

El rojo de tus calles se asemeja al escarlata que corre aprisionadamente por tus venas, es este color el que parece penetrarte cada poro y cada aliento; y es el ambiente, el silencio inconmovible, las risas a lo lejos de tu oído, ese olor a noche violenta, desgastada e ignorada la que quedamente llega a tu boca en forma de suspiro, confinado a tu garganta, destinado a tus sosiegos. Pero dime, ¿Cuántas veces has dejado en auxilios del destino y los confines, tus placeres, tus vicios, tus deseos de libertad?

Me es impensable; que tu espíritu rebelde y obstinado le permita a una noche como esta pasar de largo, sin voltear siquiera a verte, a sacudirte, a estremecerte con premura los sentidos y los tactos.
Y como bien se conoce de ti, no has dejado ni al suspiro ni a tu boca un descanso en tus quietudes, al contrario, has tomado de los hombres sus ultimas febriles inclemencias, para volverlas tuyas, tan tuyas como puedas o como puedan tus pulmones en el vehemente acto de aprehensión.

Me haces esclavo de una escena, en la que te adentras furiosamente en los acopios de tu alma, para de ahí, desgarrar sin clemencia lo último de tus pasiones, las olvidadas, las innombrables, las guardadas y empolvadas; y no conformándote con ello, has apresado aquellas que siguen prendidas a tus labios, aquellas que conmovieron tus entrañas hace un par de lunas, aquellas que siguen sangrando sobre tus manos.
Es ahí, en la masacre de tus palpitaciones donde has retado a cada una de las horas, quienes mudas e impávidas se atrevieron a envolverte en su falsa rutina.

Pero no, te era imposible una noche como esa, y ahora la violencia de tus lagrimas se te ha vuelto incontrolable, se desbordan, se suicidan, se dejan al abismo. Lagrimas, como las deberían de ser todas; furiosas, rebosantes, imparables, que caen sin prejuicios sobre tu boca, tus manos, tu pecho, tu pelo.

Lloras, desatando tus clamores y opresiones, te desbordas de pasión. Son tus manos aferradas a la sabana, tu cuello estirado, tu boca abierta y tu garganta muda, son tus ojos acuosos, tus gemidos silenciosos, el arco de tu espalda.

Los ardores que emergen, las pasiones y el dolor, el llanto frenético de tu alma, que no encuentra manera más digna que esta, la de llorar, llorar alto y profuso, de manera que te moje, te queme, te contenga.
Por que te ha sido necesario el desbordarte, sin tapujos ni limitaciones, desbordar el calor de tu sangre, el ahogo de tus besos, la locura de un pueblo sufriente.

Siente, tierra fértil, los clamores de tus hombres, que cayendo de rodillas besan tu boca.

Siguen aquí, amándote, creyéndote, doliéndote.

lunes, septiembre 13, 2010

De Seducciones

Me vi contigo y te supe perdida, tanto como yo.
No me importa. Decido sentir tu manos sobre mi espalda empapada en sudor; el sudor de tu pecho.

Nos venimos juntas, extasiadas en las palabras que lancé hacia tus piernas abiertas.
Me vi contigo y te supe, te supe definida.

Eres mis exteriores, los hombres que estuvieron dentro mío, las palabras y nuestros fetiches. Eres entre mis piernas mis errores y las dudas que se quedan en la mente. Eres entre que soy y no.

Entretanto me aferro a tus caderas, te destrozo y me enveneno.
Me sangras, me coges.

Tus cabellos se enredan en mis ideas y te mezclas, me atraviesas sin vergüenza ni estamentos, insultándome entre cariños tímidos y trémulos.

Somos rojas, tanto que vomitamos las entrañas entre gritos y reclamos. Rojas necias, rojas tercas, rojas estancandas en el juego érotico de nuestras bocas. Tu preguntas, yo contesto. Yo pregunto, tu contestas.


Vida; me seduces, me acaricias, me sangras, me coges.
Somos eso.
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Esa conexión del exterior a mis ritmos, a mis gemidos, a mis orgasmos.
Esa revolcada, la de la búsqueda incansable por ser.