martes, noviembre 16, 2010

Mi Pared Azul

En la pared azul vi las sombras fundirse nuevamente. Se acercan, se alejan, se desvanecen. Vi dos manos tornar en un marino el azulado, unirse brevemente y definirse. Arañan mi muralla de cielo, meten los dedos, cierran los huecos. Sobra decir que se esconden de mí; tiernamente y con los ojos abiertos huyen de mi vista, a donde hace frío, los días irónicamente son más cálidos ahí. Dicen que la mirada crítica de mis avellanas las intimida, que son más felices bailando lejos donde yo puedo hacer como que ignoro su existencia.

Quisiera que así fueran nuestros juegos de luces, que las sombras no me recordarán al tiempo, ni al olor de las mañanas. Quisiera que las manos cerúleas se entretejieran en otra parte y no aquí, detrás de mi cabeza.

Son tantos los retozos de las nubes transitorias que me enredan las ideas con sus dedos negros insertados en mi nuca. Transforman las imágenes de garzos vestigios en pulsaciones locas e invisibles. Hacen creer a mis labios que sí existieron conmigo, que sí me tocaron.

Nunca fuimos más que sombras pero siguen mis manos oscureciendo el mar ficticio. Crean líneas y bordes sobre el lienzo abrupto de mi cabecera y me susurran que la culpa es sólo mía. ¡Corre al lado contrario, huye, abandona! Me derrito sobre añiles vagos y ausentes. Me escabullo en los índigos sonrientes y falsos y me encuentro otra vez.

En la pared azul descubrí mis avellanas fijamente prendadas a las sombras de dos manos que lentamente se extienden sobre mi hasta olvidarse una a la otra y cantarme dos que tres cosas:

Hay quienes nunca serán pasado, aún en la ausencia de sus noches.