martes, enero 16, 2007

Mi Camila...

-¡Da Camila! ¡Aprende a dar niña! ¡Sé generosa!- le decía su madre en verano mientras ella de 7 años se aferraba con firmeza a la pequeña muñeca. Las yemas de los dedos se emblanquecían, su mirada fija en el pavimento y su frente fruncida, así era ella, Camila la egoísta.

En la actualidad Camila daría sus remordimientos sin pensarlo, se los daría de comer a las aves, los regalaría en los callejones, incluso ha pensado en otorgárselos a aquella pequeña a la que no le presto en aquel verano su muñeca. Todos aquellos remordimientos que había acumulado de manera tan egoísta… todo los daría si tan solo pudiera.

Si tan solo pudiera Camila crearía con crayones un mundo diferente en sus paredes, le agregaría pequeñas mariposas rojas con antenas enormes, una jacaranda en la esquina de su cuarto, un río que atravesara la cocina, dibujaría montones de estrellas y pondría un hombre perfecto en cada una y tal vez en el armario una escalera que llegara a donde sea. Crearía en sus paredes cuantos colores existen y borraría ciertos momentos de su memoria, borraría algunos golpes en la puerta y hasta pintaría la entrada de rojo.
Si tan solo pudiera crearía un mundo mágico con crayones de colores, tal y como lo hacía a sus cuatro años, y esta vez se aseguraría de poner una salida de emergencia, una ruta de evacuación y muchos, muchos hoyos negros.

Camila se aseguraría de esconder sus alas por los días, aquellas alas que brotan de su espalda cuando se inclina, tendría cuidado de cubrirse las heridas, las cicatrices y las aberturas, no sea que un día se asome alguna pluma y arruine el secreto. Diría que es de espalda ancha, que nada por las tardes, así tal vez nadie dudaría de ella. Había escuchado que revelar el secreto era imperdonable, se lo dijo al oído un hada violeta una noche de tormenta mientras que Camila de 6 años remontaba sobre los mares. Cuidaría de ellas, de sus alas que seguían apareciendo a cada momento e igualmente de sus hadas que habían desaparecido tantos años atrás.

Y por las noches descubriría su espalda, extenderia sus plumas de color verde tornasol y volaría sobre los rascacielos, sobre la neblina y sobre las tormentas, en busca de ellos, de aquellos que olvido juntamente con la luz; los buscaría entre las orquideas, dentro de los reflejos, por encima de las nubes y al encontrarlos los miraría de frente, les ofrecería tal vez una porción de sus plumas, un crayón de color turquesa o alguna muñeca; y esperaría a que ellos le respondieran algo, lo que fuera, solo algo.

Y mientras tanto yo sigo sentado aquí en la esquina de su cuarto, debajo de la jacaranda, mirando una mariposa roja posada en sus libretas, con frío a causa de la ventana abierta.

Con la firme esperanza de encontrarla cuando regrese a casa, con sus alas desgastadas de tanto volar, con sus remordimientos todavía entre sus dedos aferrados a ellos, con sus crayones de colores en la bolsa, y pequeños puntos luminosos en su piel; tan solo para decirle una cosa:

Camila para mi ya eres perfecta.

Mi Camila egoísta, remordiéndose la conciencia, sin montones de estrellas, sin escaleras infinitas, sin rutas de escape.
Mi Camila sin alas verde tornasol, sin plumas, sin hadas violetas en el hombro, sin mares sobre ella, ni rascacielos ni nubes.
Mi Camila sin sus recuerdos, sin luz.
Mi Camila perfecta.