Ayer intenté hacer un mosaico en el escalón de mi terraza, rescaté unos cuantos azulejos viejos que se escondían con las hojas de un otoño tempranero en el rincón del patio y uno a uno los fui lavando. Era una tarea sin sentido pero mientras cepillaba en círculos alimentando la espuma sobre la superficie azul iba restregándome también los pensamientos. Sería pretencioso hablar de métodos terapéuticos para la frustración/el abandono/la angustia (ponga el que más le convenga, o como yo haga de ellos un kit de diario), no es que esta tarea fuera trascendental, selfcouching, lifechanger; era más bien una acción/espejo casi automática de mi proceso mental.
Cuando los azulejos estuvieron apilados y relucientes a lado mío, tomé uno con cuidado, lo puse sobre el suelo y con la pala lo golpeé justo en medio. No pasó nada. Ni un rasguño. Hubo que poner todas mis fuerzas y dejar caer la orilla de la pala con la determinación de aquellos días que me tienen cansada. El azulejo saltó hacia todas partes, se deshizo en astillas y armas punzo-cortantes que bien habrían podido enterrarsele a uno en los ojos. Seguí golpeando. Era como escuchar pequeños truenos, pequeñas matanzas una tras otra bajo el sol. Acribillé violentamente cada uno de los azulejos, los rompí en cientos de pedazos relucientes que saltaban a mi cara en un intento de venganza. No desistí hasta terminar la tarea, con una mano cubriéndome el rostro abalancé la pala a los últimos pedazos y bloqueé los proyectiles.
Así han sido los últimos meses, una batalla idiota en contra de pequeñas astillas que se empeñan a enterrarse en la piel y punzarme los días. Pienso en mis muertos y sus ausencias, en mis ausencias; pienso en nuestras emociones transitorias e incongruentes, en las decisiones tercas, en los silencios. Pienso entonces en que vivir a veces es más bien un esfuerzo y en lo frustrante de los planes inconclusos, las miradas vacías, las expectativas rotas. Pienso en la interminable cantidad de veces que he escuchado "Todo va a salir bien" y he tenido que fingir una media sonrisa y asentir con la cabeza. Ha sido una batalla larga.
Bajo el sol de julio y con los ojos entrecerrados tomé cada uno de los pedazos de azulejo e intenté reconstruirlos ahora en un collage de formas y colores, me tomó toda la tarde terminar el escalón. Con la cabeza punzando, las manos astilladas, la espalda sudada, tomé el ultimo de esos pedazos mortales que quiso clavarse en mi ojo y encontré un lugar en mi escalón para él. Apenas y pude levantarme, mientras alzaba la cabeza sentí la tierra tambalearse bajo mis pies, me desvanecía. Mire mi trabajo terminado y no pude sentir nada, ninguna satisfacción. El cansancio me impide más respuestas emocionales y francamente no es tan buen trabajo.
Decidí recompensarme con una copa de vino y el resto de la tarde acostarme en el sillón. Por unas horas esa copa me convenció de que todo saldría bien y pude irme a dormir. Así como aquel escalón mi vida se reconstruye de a poco, y a momentos me convenzo de que voy saliendo, de que falta poco, de que esta batalla está por terminar.
Luego, llueve toda la noche sobre mi escalón.