Lo he perdido.
Por eso camino todo el tiempo con la cabeza baja esperando encontrarlo un día subiendo entre mis muslos. No es que haya perdido el sexo, ese lo tengo con solo abrir las piernas; lo que he perdido y me hace falta son aquellas fantasías que mojaban hasta los labios. Que me tuvieras toda y cuando fuera, las largas madrugadas que duraban tres cogidas, varios besos y tus manos en mis pechos. He perdido las hendiduras de tu espalda.
Me hacen falta tus brazos presionando mis piernas, la fuerza de tus caderas, el rostro empoderado con el que penetrabas. Me hace falta las transiciones que tuvimos, de cogernos por placer hasta la dicotomía, la de no solo cogernos sino matarnos.
Tenerte dentro me hace falta.
Para sentirme más cuerda, como si nadar entre nuestras perversiones le diera claridad al resto de las horas. Como si gemirte me librará de las mentes tercas e incesantes, de mis tantas almas. Como si el susurro perdido entre la noche a ciegas volara mi cabeza y me envolviera en un calor intenso, violento, con olor a ti. He perdido la sensatez que venía con el instante en que te desnudaba.
La curiosidad siempre ha sido mi condena, alejándome de la deidad, hundiéndome en la carne rancia de la que salí. Vagando por los caminos del infierno entre la imposibilidad de tu sexo contra el mío, de elevarme de sobre los hombres, de vivir eternamente para eternamente revolcarme contigo. La imposibilidad que me hace buscar hasta en los últimos sucios rincones de éste mundo una oportunidad de tenerte de vuelta.
Que me cueste la piel quemada, el olor a podredumbre, el vacío de estar sola. Que me cueste todos los hombres y sus pitos y sus bocas y sus lenguas. Que me cueste la belleza, las mañanas, el sol quemante. Que me arranquen los ojos de las rojas cuencas si con ello te encuentro y me encierras, me tomas, me atraviesas.
Pero vuélvete a verme Eros,
Que me haces falta y enloquezco.