De lo estetico a lo complejo, de lo laborioso a lo profundo, de lo transitorio a lo pasional.
Pero en aquella locomoción de nombres, hallamos la necesidad inequivoca del hombre de explicar a base de todo o nada, su realidad.
El arte como la representación de esa realidad.
Sinceramente quiero considerar mi vida como aquello, arte.
Donde tanto se desatan las pasiones como la fugacidad de sus formas, donde la belleza se vuelve compleja y laboriosa, anidando la moral con el arrebato. Un nudo de sutileza, perspicacia y exitación, compactada en deseos secretos y murmuros apagados.
La representación ineludible de mi realidad.
Siendo yo entonces la musa del artista, el ingenio de la obra, la poesía del momento.
Hallando que mi más febril codicia, no es la estetica del cuadro, ni la pasión de su hechura, nisiquiera la complejidad de su existencia; sino la pertenencia por si sola del arte, la razón de su confección, el delirio de su escencia.
Coexistir entre estudios y talleres, oleos y tintas, libros y fotografías; entre el perfeccionamiento de la obra, sus sesiones de estudio, sus bosquejos y desechos. Vivir así, detrás del hombro del artista y en los dedos del pintor, posando en el escenario y en el bloque cincelado.
Pero sobre todo...
siendo la musa de esta representación de mi realidad.